Hasta nunca, dolor crónico

Hola, soy Asier Laespada, un chico de 28 años y esta es mi experiencia con el dolor crónico:


Todo comenzó cuando un día me dirigía en moto al lugar donde estaba haciendo las prácticas, estaba acabando mi carrera y tenía 21 años.


Sufrí un accidente en moto, una señora cruzó en rojo y me tuve que desviar a la acera, chocándome contra ella y saliendo despedido varios metros. Afortunadamente me puse de pies sin casi dolor, aunque con unas heridas importantes en piernas y brazos. Fruto de la excitación del momento no sentía prácticamente nada de dolor, solo una ligeras molestias, es por ello que renuncié a llamar a la policía y a poner una posible denuncia, pese a que varios peatones así me lo sugirieron, ofreciéndose incluso a testificar. Como aparentemente estaba bien, pese a tener varias heridas, decidí irme y acudir a un centro médico.


Allí me hicieron varias pruebas y me dijeron que tenía las rodillas dañadas, el líquido sinobial se me había salido (yo no entendía mucho, la verdad) y tenía que reabsorberse, cosa de un mes. Las siguientes semanas estuve en casa, prácticamente inmovilizado, siguiendo todas las recomendaciones, hielo cada 3 horas y varias cremas en las rodillas dos veces al día.


Al cabo de un mes comencé a andar ligeramente, pero las rodillas me seguían doliendo cada vez que estaba de pies y apoyaba el peso sobre ellas.


Al cabo de dos meses me fui de erasmus, y pese a intentar hacer vida normal, el dolor comenzó a cronificarse, solo estaba cómodo estando sentado, estar de pies me causaba dolor en las rodillas. Eso hizo que no pudiera hacer muchas excursiones y viajes.


Al volver del erasmus ya habían pasado 6 meses del accidente y pese a seguir intentando hacer vida normal no podía olvidarme del dolor, mis pensamientos sobre la mala recuperación de la lesión y el pensar que mis rodillas no estaban correctamente recuperadas no dejaba de ensombrecer casi todos mis intentos de hacer vida normal y deporte. Pese a ello, había cosas que no me encajaban, lo que más me dolía era estar de pie de manera continua, y cuando corría me dolía al cabo de unos 20 minutos. Ese mismo invierno decidí probar a esquiar, y para mi sorpresa no tuve ningún dolor agudo, solo la sensación de que mis rodillas estaban débiles.


Al ver que tras 6 meses no se me recuperaban decidí ir al médico. El traumatólogo, tras una primera exploración me dijo que seguramente el líquido sinobial no se habría reabsorbido correctamente y que sería cuestión de tiempo, que el dolor se iría disminuyendo poco a poco en mi vida normal pero que si quería hacer deporte o grandes esfuerzos tendría que asumir que tendría que soportar algo de dolor.


Al cabo de unos meses, al seguir en la misma situación, decidí contactar con otro traumatólogo, y tras un primer reconocimiento, me dijo que probablemente el líquido se habría absorbido con normalidad, pero que había secuelas…Las cosas me empezaban a no encajar. Este sanitario me recomendó probar la punción seca. Después de varios semanas de sufrir e imaginar las convulsiones musculares de los puntos gatillo de mis piernas y sus efectos sanadores, seguía en las mismas, mi cerebro seguía aplicando dolor sobre mis rodillas, pero yo no lo sabía.


Decidí dejar pasar algo más de tiempo, para ver sin el dolor descendía, y noté una leve mejoría, aunque seguía limitado en mis opciones a la hora de hacer deporte.


Por recomendación de un compañero acudí a otro experto en rehabilitación, tras la habitual primera consulta me recomendó probar (a ver si había suerte, pensé) un tratamiento con con máquinas de ondas y masajes… pero seguía en las mismas, sin poder avanzar en mi recuperación. En la segunda consulta, tras ver que los resultados no eran eficaces, me dijo que tenía la musculatura de mis piernas restablecida, que no le encajaba el dolor, pero que era cuestión de tiempo, que se me iría yendo.


Cuatro años después seguía con molestias, aunque podía hacer deporte un dolor leve me acompañaba en casi toda actividad física (surf, fútbol, correr, bici…), resignado, me acostumbré a tener esta molesta compañía, hasta que mi madre me recomendó acudir al gimnasio de un preparador físico amigo de la familia.


Esta persona, pese a no tener formación sanitaria, consiguió “detectar” lo que aparentemente tenía: fruto del accidente, mi manera de andar había cambiado y por ello había algunas partes de mi cuerpo que se sobrecargaban, por lo tanto había que “liberar” de carga esas zonas. Me enseñó mediante palpación, qué músculos y tendones “estaban” sobrecargados y mediante un cilindro de goma aprendí a “descargar” esos músculos y tendones.


Creí firmemente en esta teoría y el dolor mejoró mucho, todos los días dedicaba una hora a “descargar” mis zonas “sobrecargadas” y empecé a encontrarme mucho mejor en mi día a día, aunque dedicar una hora diaria al principio no me costaba nada, al cabo de los meses fui dejando esta práctica, aunque seguía bien. Cuando me notaba un poco peor volvía a hacer un poco de “descarga”.


El hecho de que un preparador físico consiguiera resultados bastante mejores que la mayoría de los reputados traumatólogos y rehabilitadores de Guipúzcoa me hizo plantearme muchas cosas.


Al cabo de 6 años desde mi accidente, el dolor volvió, pero en la cadera, intenté aplicar la descarga sobre los tendones y músculos de esa zona, pero no surtía mucho efecto, mi creencia en el cilindro mágico empezó a desvanecerse, y decidí recurrir, por error, a una traumatóloga con muy buena fama. Tras escuchar mi periplo por el sistema sanitario, me mandó hacerme unas radiografías y tras su análisis, me comunicó lo que ella veía: mis caderas tenían una forma poco usual, además estaban inflamadas, había algunos parámetros que se salían de la norma y ello me causaba un principio de artrosis poco corriente a mi edad (27 años).


Me recomendó dejar de practicar surf, sentarme en el sofá de determinada manera, no abrir las piernas en exceso… y no me daba ninguna opción a recuperarme, solo prohibiciones, me sentía como un anciano con la tensión alta y el colesterol por las nubes…con 27 años!


Ante esto me rebelé y decidí no hacer caso a sus prohibiciones, aunque sus ideas me perseguían cuando practicaba surf o me tumbaba en el sofá con las piernas abiertas, aunque el dolor iba y venía, era algo poco constante e inconsistente.


Fue entonces, cuando, con no mucha esperanza, y barajando el vudú y la santería entre otras opciones, decidí acudir, por consejo de mi madre, a la consulta de Asier Merino.


¡¡Y los resultados fueron únicos!! Después de la terapia no he vuelto a tener ningún dolor ni molestia relacionado con el accidente, y lo mejor es que estoy inmunizado para futuras amenazas similares, además de haber aprendido mucho sobre los mecanismos del dolor y el cerebro.


Estoy eternamente agradecido tanto a Arturo Goicoechea como a María Jiménez. A Arturo por todo el esfuerzo y trabajo realizado, por la capacidad de crear su propio método y arrojar luz, mucha luz, sobre el caprichoso funcionamiento del cerebro humano. Y a María por haberme ayudado a comprender todo lo descubierto por Arturo, de una manera entretenida, graciosa y apasionada, haciendo de cada una de las sesiones un momento de aprendizaje muy importante que siempre recordaré, ya que comprende muy bien todo lo hallado hasta ahora sobre el funcionamiento del cerebro.

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