Adiós, migraña
Federico Juárez
Historia de un exmigrañoso
Durante 15 años lo he probado todo: ibuprofeno, opiodes, cafeína, triptanes, inyecciones de botox, terapias basadas en cambios en la alimentación, tratamientos preventivos como topiramato y betabloqueantes, incluso en la última etapa, antidepresivos. Todos estos, respaldados por la supuesta “Medicina basada en la evidencia” (que no en la ciencia), más muchos otros de las llamadas terapias naturales o complementarias, como homeopatía, Flores de Bach, acupuntura, quiropraxia, tratamiento de la ATM, auriculoterapia, tratamiento para fortalecer la musculatura cervical… Y por último, para culminar el despropósito, tratamientos invasivos como el bloqueo del ganglio esfenopalatino, cuya versión light consiste en introducir unos bastoncillos de 15cm con lidocaina en las fosas nasales (la versión menos light es quirúrgica), y la más rocambolesca, que afortunadamente no llegué a probar, aunque hice todo el preoperatorio, en la que un equipo formado por una neurocirujana, una neuróloga y una psicóloga, pretendían colocarme una válvula para controlar una supuesta alteración en la dinámica de mi líquido cefalorraquideo, a pesar de que todas las pruebas (muy caras todas) decían que no existía ninguna alteración.
Seguro que me dejo algún tratamiento, pero se pueden imaginar el nivel de desesperación tras este largo peregrinaje terapéutico por diferentes tratamientos y especialistas (neurólogos, neurocirujanos, fisioterapeutas, psicólogos, psiquiatras…) que trataban, con su mejor voluntad, de ofrecer una solución.
Pues la solución era más sencilla, y al mismo tiempo más compleja: en una conversación informal con otra migrañosa (casualmente, una farmacéutica de prestigio), ella mostraba su convencimiento sobre el componente autoinmune de la migraña. Eso me recordó que unos años atrás, había comprado un libro llamado “Migraña: una pesadilla cerebral”, del que solo llegué a leer unas cuantas páginas. En aquel momento no estaba preparado para leerlo, pero en esta ocasión decidí no solo hacerlo, sino comprometerme a una lectura reflexiva y a poner en práctica las recomendaciones del autor.
Empecé a leer el libro, a elaborar un mapa mental con las ideas clave, y a medida que me identificaba con la “paciente-alumna” del libro que acudía a la consulta, la curiosidad me llevó a investigar si había algún curso, videos, o materiales en internet complementarios al libro.
Encontré la web de Arturo Goicoechea y las fechas de los próximos cursos presenciales. Veintisiete de Abril de 2019: es la fecha en la que todo empezó a cambiar. Ahí empezó el viaje mental que me ha convertido en un exmigrañoso.
Acudí a la primera sesión presencial del curso con la máxima motivación pero con cierta cautela y escepticismo. Empecé a aprender conceptos relacionados con la biología del dolor, su sentido evolutivo, el aprendizaje nociceptivo y cómo desaprenderlo, la diferencia entre daño y dolor, y como cuando no hay daño, no hay justificación biológica para el dolor. El cerebro y el individuo migrañoso son simplemente cerebros equivocados, instruidos en el seno de una cultura alarmista.
Decidí no volver a tomar pastillas. Hice caso a una frase del libro y del curso: no necesitas pastillas para flotar. Cambiar la convicción de que las pastillas no eran necesarias para combatir la migraña, cuando vienes de años en los que algunos días has tomado 10-12 pastillas, no es nada fácil.
Yo tenía catalogadas múltiples situaciones como desencadenantes: ejercicio físico intenso, situaciones estresantes, falta de sueño, días de mucho viento, cambios en el patrón alimentario, viajes, ambientes con mucho ruido o mucha luz, calor… En el curso aprendí que el único desencadenante es la búsqueda de desencadenantes. He aprendido que la etiqueta “migraña” tiene todos los componentes de una fobia, una espiral fóbica que crece si no la desactivas. El problema se parece al miedo irracional cuando nos asomamos a un balcón y pensamos que nos vamos a caer. Y ante algo irracional, se debe racionalizar. Plantarle cara al problema. No huir. No esconderse en el cuarto oscuro. No darle la razón a una alarma que suena ante un peligro inexistente. No pasa nada en la cabeza. No hay daño, luego no debe haber dolor. No existe un origen genético, ni vascular, ni hormonal en la migraña (esto está demostrado pero a la industria farmacéutica no le interesa que se conozca). Existe un evaluación errónea de peligro con una fuerte impregnación social, y lo que es peor, tras la evaluación de un “experto”, se produce un sesgo de confirmación que cataloga y registra al enfermo: tiene usted migraña.
Descataloga los “desencadenantes”. Se puede hacer, aunque cuesta mucho trabajo desaprender. Yo lo he conseguido. No han hecho falta superpoderes: solo conocimientos nuevos, cambiar las convicciones, reconceptualizar el problema y fuerza de voluntad para no tirar la toalla si se pierde una batalla.
Adiós migraña. Me has generado mucho sufrimiento durante todos estos años. Y a mi familia también.
Gracias Arturo. Sé que dirás que yo he sido un buen alumno, pero tú eres un gran profesor, el que más impacto ha tenido en mi vida.
Probablemente tus colegas neurólogos no salgan nunca de la “doctrina oficial”. Tú ya cuentas con eso. Yo sigo teniendo la esperanza de que algún día se reconozca tu trabajo y se profundice en la pedagogía de la neurobiología del dolor.
Ojalá que mi testimonio sirva para que otras personas dejen de vivir esa pesadilla cerebral.