Buenos días, Mr Brain

Ana Mª Reyes es una padeciente de migraña. No le conozco personalmente. Sólo a través de un correo en el que me relataba su lucha contra el despropósito cerebral migrañoso. Me pareció que su testimonio era muy valioso y le pedí que lo escribiera como una entrada para el blog.


Recibo muchos correos de padecientes. Hay de todo: correos desesperados, esperanzados; correos de triunfadores y perdedores. Tras el conocimiento de la propuesta defendida en el blog y en mi libro, cada padeciente emprende el camino del «desenmigrañamiento» (Sol del Val). Es un camino privado, individual, que cada uno debe explorar. El camino a veces es fácil, sorprendentemente eficaz, «milagroso». Otras veces es más incierto y complicado. A veces uno no encuentra ese camino.


El relato de Ana Mª es el de una luchadora asistida y fortalecida en razones, en conocimiento. A pesar de que el dolor sigue estando ahí, lo vive como una victoria pues ha conseguido evitar el consumo adictivo de «calmantes» y mantener la actividad cotidiana. Ya el cerebro no impone la conducta. Ana Mª decide aunque eso le cueste la activación de los programas migrañosos y la extorsión del sistema de recompensa que exige con el apremio del dolor la conducta de evitación: calmantes, vómitos y aislamiento social.


Ana Mª relata su pelea por la liberación de una cultura alarmista que ha colonizado los circuitos cerebrales defensivos.


Aprecio su coraje y agradezco el testimonio que, estoy seguro, servirá de referencia a los padecientes que decidan acometer desde la racionalidad y el orgullo la lucha por la recuperación de la libertad para llevar una vida normal, la recuperación de la dignidad.


………………………………………………………………..


Ana Mª Reyes



Buenos días, Mr. Brain


 


Ayer vino a visitarme de nuevo. Llegó como siempre, mientras dormía. Me levanté con el dolor y desayunamos juntos, mientras yo dialogaba en silencio con mi cerebro un día más: «mi cabeza no corre ningún peligro, retira las alarmas, retira el dolor». Nos conocemos tan bien la migraña y yo que, aun estando medio dormida, ya noté que hoy no sería fácil convencer a Mr. Brain (así llamo a mi cerebro) y me iría al trabajo con ella a cuestas.


Bueno, después de todo hacía ya un par de semanas del último ataque fuerte; me sentía descansada y con ánimo para salir victoriosa de nuevo. No en vano llevaba ya 54 días sin tomar un solo triptán ni calmante alguno para distraer un dolor tan insoportable como absurdo.


¡54 días! Sólo quienes conviven con la migraña crónica pueden imaginarse lo que esto significa.


Puede parecer algo obsesivo llevar la cuenta exacta de los «días sin medicarse para aliviar el dolor de cabeza». En mi caso es la baza que me ha permitido ganar la batalla a la migraña, día a día, desde aquel 3 de enero de 2015 en que descubrí en internet la obra del Dr. Goicoechea, «Migraña una pesadilla cerebral», el libro que me ha devuelto la vida.


Lo leí en dos días y se hizo el milagro. En esas páginas encontré lo que había estado buscando durante más de treinta años y, como buena alumna que he sido siempre, lo comprendí todo.


La narración me llegó a lo más hondo. Fue como oír mi propia historia vital. Me daba hasta miedo continuar el libro… no sé cómo explicarme… temía que se estropeara la «magia» que estaba llegando a mi triste existencia. Ese 3 de enero fue el día de mi último triptán hasta hoy.


Al día siguiente acabé de leer la obra y, a pesar de tener una cefalea taladrante (como de costumbre), o quizás gracias a ello, tomé la determinación: aprendería a no tener migrañas. Yes, I can! -me dije. Y consumé la lectura por completo.


Debo confesar que no ha sido nada fácil. De entrada, aquella primera determinación me costó 48 horas de dolor agudo en cama y en ayunas por las náuseas. Pero no cedí. ¡Y sobreviví! Me aferré a la fe que habían sembrado en mí las explicaciones del Dr. Goicoechea y comencé un diálogo con mi recién descubierto «temeroso cerebro» que no ha cesado hasta hoy.


Desde entonces todas las crisis de migraña han sido superadas con sus enseñanzas. A pesar de levantarme cada día con dolor de cabeza, ni un solo calmante, ni un solo día en cama por el dolor.


De hecho, aún me parece un sueño despertar con el dolor intenso que tan bien conozco y ver cómo se disuelve dialogando con mi cerebro. También me parece increíble poder, con tal dolor de cabeza, ir a mi trabajo, conducir, cocinar… ¡vivir! y, cuando parece que me voy a desmayar de dolor (no sería la primera vez), sentir que cede un poco, como si me dejara tomar aliento… Han sido algunas las ocasiones en las que, tras unas 30 horas de dolor y conversación con mi cerebro, he vivido cómo la crisis se desvanece sin más, quedando sólo aquel picor en el cuero cabelludo o algunos pitidos en el oído que me avisan de la retirada de «las alarmas».


Le he perdido el miedo a la migraña. Por eso no me avergüenza reconocer que en días como el de ayer tengo que poner gran empeño para mantener controlado a mi cerebro y torear la situación sin derrumbarme: conseguí terminar mi jornada laboral a base de distraer las náuseas con sorbitos de agua y soportar estoicamente un dolor que me cerraba los ojos que querían salirse de sus órbitas, mientras me aplastaba el cráneo con saña y alevosía. Mr. Brain se puso tozudo y finalmente, al llegar a casa, tuve que claudicar y meterme en la cama por no saltar por la ventana para escapar de un dolor tan agudo, aquél que no te permite ni dormir ni hallar confort alguno en absolutamente nada. Me salté la cena però conseguí mi objetivo: ni un triptán, ni una pastilla.


He dormido regular. Esta mañana, con el dolor mucho más suave, le digo a Mr. Brain que, por mucho que insista a base de dolor, no le voy a dar más lo que ha ido recibiendo durante 31 años al primer sítoma: medicamento, oscuridad, silencio, reposo y aislamiento, además de tristeza y desesperación. O sea, apearse de la vida.


Hoy, 55º día sin «meds», me he decidido a escribir estas líneas. Por una parte le demuestro a mi cerebro que el dolor ya no me impide pensar ni escribir y le sigo insistiendo en que es una falsa alarma y puede retirarlo. Se resiste, pero ya lo estoy consiguiendo, el dolor va cediendo.


Por otro lado, me hace feliz pensar que compartir mi vivencia pueda servir de ayuda a aquellas personas que convivís con la migraña. Además de daros esperanzas y hacer que os sintáis menos solos, quisiera animaros a poner vuestro empeño en conseguirlo: igual que el cerebro aprende a tener migrañas, puede desaprenderlo.


Finalmente, quería expresar públicamente mi agradecimiento al Dr. Goicoechea por su trabajo e insistirle en que su pedagogía merece ser conocida por tantísimas personas que sufren migrañas.


En mi caso (sin entrar en los detalles) han sido 31 años como «migrañosa crónica» (desde los 18) y «peregrinación médica» (tradicional y alternativa), hasta el punto en que la desesperación me había llevado a plantearme abandonar mi absurda vida (y a sentirme culpable también por ello).


Ahora gracias a la obra del Dr. Goicoechea he descubierto la importancia de la transmisión cultural en la herencia y cronificación de la migraña y las estrategias para superarla. Me ilusiona pensar que estas líneas supongan mi granito de arena para apoyar esta pedagogía, que me está permitiendo superar la migraña mediante el empoderamiento cerebral.


Ana M. Reyes

Completar y continuar