Confieso que he sufrido
Llevaba ya un tiempo con lumbago pero ello no me impedía seguir con mis actividades. Un mal día, jugando al futbol, tuve la certeza de que había sufrido una hernia de disco. Hice reposo en cama pero aquello iba de mal en peor y me aconsejaron operarme. Así lo hice. Me extrajeron un voluminoso disco extruido. Todo bien… durante unos 5 años. Después todo fue de mal en peor, con períodos de baja prolongados, inmovilizado en cama. De esto hace ya unos 20 años.
El movimiento estaba muy limitado por el dolor y la rigidez. Entrar y salir del coche, sentarme, girarme, meter el pie en el calcetín cada mañana era complicado y penoso.
Así durante varios años, con bajas de uno o dos meses al año, recluido en cama. El Scanner mostraba cambios postquirúrgicos, fibrosis y cambios degenerativos. El neurocirujano daba por sentado que mi columna estaría inestable y hablaba de «poner unos hierros»…
Fue entonces cuando descubrí que mi enemigo era el reposo y que el movimiento me sacaría de esa situación. Era evidente que cualquier intento activaba el dolor sobre la columna. Pensaba que habría alguna raíz nerviosa «pinzada», músculos contracturados, artrosis, fibrosis… condiciones suficientes para justificar el dolor. Todavía tenía a Descartes en la mente y daba por sentado que el dolor surgía de donde lo sentía, de la columna.
A través de movimientos simples en diversas posiciones y quitando el miedo, convenciéndome de que nada sucedería, conseguí cada día recuperar algo de movilidad en las articulaciones. A la vez me dediqué a buscar información sobre dolor, depresión, ansiedad, neurofisiología… Una cuestión me llevaba a otra… necrosis, apoptosis, inflamación, reparación de tejidos… evolución… percepción, copia eferente, sistemas de recompensa, hipervigilancia, neuronas espejo… memoria de dolor… nocicepción… cultura…
Sin darme cuenta cambié el chip. Dejé de ser cartesiano. Descubrí que el dolor no provenía de la columna sino de mi cerebro. Cada movimiento estaba evaluado y programado por el cerebro. YO sólo podía expresar mi deseo de levantarme y el cerebro se encargaba de lo demás. Si mi voluntad de girar, flexionarme o ponerme de pie era valorada como amenazante se activaba un programa defensivo-disuasorio. Si el cerebro no valoraba amenaza podía conseguir el propósito con un programa adecuado, articulado, sin reticencias.
Al principio necesitaba algún ritual. Me sentaba en una silla de la cocina en hiperlordosis y estiraba la cabeza hacia el techo como si ello permitiera despinzar algún nervio. En unos segundos sentía que la zona lumbar se relajaba. Otras veces no era suficiente y tenía que tumbarme y hacer una serie de movimientos para liberar las articulaciones lumbares, caderas… De cuando en cuando reaparecían, en grado menor, limitaciones de antaño, calambres, latigazos, rigidez… Extremaba el cuidado al coger pesos evitando flexionar la columna, me sentaba estirado forzando la curvadura lumbar (lordosis)…
Había días mejores y peores , pero ya nunca estuve de baja. Con los años todo se ha ido disolviendo. Me siento como me da la gana, cojo los pesos sin pensar en cómo lo debo hacer, me he olvidado de «las buenas posturas» y hago una vida normal, sin restricciones.
Hace unos diez años empecé a dar forma a todos estos cambios en mis convicciones y conocimientos y pasé a la acción con los padecientes de migraña. Hasta entonces les contaba lo que me habían enseñado a contar (genes y desencadenantes), recetaba lo que me habían enseñado a recetar (ergóticos, antidepresivos, betabloqueantes…). Cuando llegaron los triptanes y los anticomiciales ya era un descreído convicto y había sustituido fármacos por pláticas, terapia por pedagogía… Luego vino la Fibromialgia y el síndrome de fatiga crónica (encefalitis miálgica). Leí un artículo de Simon Wessely sobre terapia cognitiva y descubrí la trascendencia de la información, creencias y expectativas y las reacciones airadas de las comunidades de padecientes…
Más adelante vino la teoría de la información, señales, ruidos, procesamiento, Bayes, redes neuronales. Justo un poco antes de publicar mi primer libro: Jaqueca, análisis neurobiológico de un dolor irracional (2004), leí un artículo de un tal Lorimer Moseley y más adelante, ya metido en toda la vorágine de la neurobiopedagogía, su libro Explain pain. El libro de Moseley me liberó de la carga de sentirme un predicador solitario en el desierto y, ya recientemente, la aparición de la SEFID (Sociedad Española de Fisioterapia y Dolor) me permitió sentirme miembro de un grupo de fisioterapeutas (incluidos mi hija y mi yerno) con un buen cuerpo de convicciones compartidas, absolutamente apasionados por la biología del dolor, por tejidos y neuronas.
Realmente lo pasé mal en los años «de la columna». No había horizonte. Sólo dolor, rigidez, miedo, desesperación, incapacidad… «Los años del cerebro» me han liberado de ese infierno.
Y en esas andamos, tratando de trasladar convicciones y afrontamientos a otros padecientes, con desigual fortuna.
– No me convence… Dice que el dolor no existe… que está en tu mente… que duele porque piensas que te va a doler… que es psicológico… pero me han detectado en la Resonancia varias hernias de disco, artrosis, osteoporosis, pinzamientos, el fisio me ha dicho que tengo muchas contracturas, el estrés… voy a la escuela de espalda…
En lo que se cria se cree y de lo que se cree se crea. Al menos es así para muchos dolores… «de columna»…