Tendinopatía, pubalgia
Tendinopatía, pubalgia crónica, osteopatía dinámica de pubis, rotura del labrum, síndrome de choque femoroacetabular, pinzamiento femoroacetabular, etc. etc. etc… Una retahíla de etiquetas sueltas dentro de una misma consulta de 10 minutos a un chaval de 20 años, preocupado por sus dolores en el aductor que le impedían jugar al fútbol a nivel nacional. El jugador, inquieto por la lesión y a la espera de una solución viable por parte del traumatólogo, recibe la peor noticia posible: “Si quieres seguir a ese nivel, la única solución que hay es operarte, pero no podemos asegurarte que salga bien. La otra opción, es que dejes el fútbol y hagas actividades menos peligrosas para tu aductor”. Pues bien, ese jugador, soy yo.
Sales de la consulta confuso, primero por la cantidad de tecnicismos que no has entendido (que además suenan preocupantes), y segundo, porque la única solución para seguir jugando al deporte que me apasiona, pasa por el quirófano, y además, con posibilidades de seguir igual tras la intervención. Es un tema trascendental para mi vida deportiva, así que, te lo piensas y lo consultas con los más cercanos para tomar una decisión. Es entonces, cuando me plantee otra vía antes de que manipularan el aductor, la fisioterapia tradicional.
Mientras recibía en una clínica de fisioterapia el tratamiento de 3 meses basado en ultrasonidos, ondas de choque, terapia manual etc., estaba estudiando Ciencias de la Actividad Física y del Deporte, donde muchas veces nos decían y nos enseñaban que había ciertos movimientos y posturas que eran nocivas para el aparato locomotor y para la salud de nuestras articulaciones. Educado pues, en la prevención en todos y cada uno de los movimientos, en el trabajo e higiene postural y en trabajos musculares compensatorios, creí a rajatabla todo lo que me contaban sin pararme a pensar ni un solo segundo. Tras los meses de tratamiento, mi dolor disminuyó muy poco a poco hasta casi desaparecer, y la idea de la fisioterapia se consolidó en mi cabeza como una alternativa eficaz.
No obstante, dos meses después de mi “completa” recuperación, comenzó una nueva temporada futbolística donde a mitad de temporada empezó a molestarme, otra vez, impidiendo mi máximo rendimiento. Por mi cabeza pasaban palabras sueltas como: “pubalgia crónica”, “operación”, “pinzamiento” …, el runrun que mi cerebro recibió de un profesional especializado. Fue entonces, cuando tuve unos dolores terribles en un calentamiento pre- partido, pero me dije a mi mismo; “mira, si se tiene que terminar de romper algo, que se rompa, me da igual, estoy harto de lo mismo de siempre”. Aguanté ese dolor agudo terrible con el que a duras penas podía golpear el balón, pero una vez echó el balón a rodar, el dolor misteriosamente desapareció.
Tras ganar el partido con una buena actuación, no entendía absolutamente nada. De dolerme como nunca me había dolido, a no dolerme nada de nada. Empecé a cuestionar todo lo que había escuchado acerca de mi supuesta lesión, pero no encontraba ninguna respuesta ni dentro, ni fuera de mí. Desde aquel día clave, de vez en cuando tenía cierta molestia, pero trataba de no preocuparme y de seguir realizando la actividad con normalidad intentando no tener miedo alguno a todos los movimientos (golpeos, saltos, aceleraciones, cambios de dirección…).
Un par de temporadas después y con el misterio sin resolver, llega de repente a mis oídos una nueva idea del dolor que nadie me había explicado. Una concepción basada en la lógica biología del organismo difundida por Arturo Goicocechea, neurólogo rompedor de la neurociencia tradicional.
Es entonces cuando él mismo empieza a contarme sus ideas acerca del dolor; que si a veces puede haber dolor sin daño en el tejido, que si un sistema de protección del cerebro, que si el dolor se aprende, que si la red neuronal no quita ni pone dolor, que si la gestión del sistema evaluativo… en fin, una serie entera de conceptos nuevos que quería entender por su lógica interna, pero no conseguía enlazar. Eso sí, cuanto más pensaba y leía sobre ello, más me cuadraban las cosas, sobre todo cuando recordaba aquella experiencia donde el dolor fue desde su máximo exponencial a la nada en una milésima de segundo, algo tenía que haber ahí.
Sigamos…
Tras haber escuchado y leído a grosso modo estos nuevos criterios del dolor, mis molestias en el aductor aparecieron nuevamente en la pretemporada. Muy a mi pesar por la putada que supone que vuelvan los dolores, me dije a mi mismo; “mira mejor, así puedo reprobar estos nuevos conceptos que estoy tratando de entender y aplicarlos a mi caso”. Y es que no hay nada mejor que la práctica, para hacer de una teoría, una ley universal. Así que, con la recomendación de Arturo, decidí ir a un par de sesiones a la clínica de fisioterapia de Maite Goicoechea y Asier Merino para tratar el asunto.
María Jiménez, fisioterapeuta que me trató y a la que estoy muy agradecido, con su explicación y mi trabajo personal de reflexión hizo que mi dolor desapareciera para siempre… ¡en poco más de una semana! Tan importante es lo que te cuentan y cómo te lo cuentan, como la asimilación por parte del paciente. Es decir, hay que estar abierto a escuchar cosas, ideas y concepciones nuevas e intentar entenderlas e interiorizarlas.
María me explicó muchísimas cosas. Me hizo cuestionarme, ¿cómo podía ser que me doliera corriendo cuando me visto de corto y cuando corro vestido de calle o en la propia consulta no me duela? de verdad, ¿¿¿cómo puede ser??? Si tuviera un daño real en el tejido (tendinitis, pubalgia…), ¿no debería de dolerme de igual manera en ambos casos? Pues sí… pero no. Ahí entendí que el cerebro aprende el dolor dependiendo del escenario en el que te encuentres. Con la misma actividad (correr), mi cerebro tenía interiorizado que dentro de un campo de fútbol me tenía que doler y fuera del mismo no. Además, cuando corría por el terreno de juego, mi atención se centraba en cómo estaba mi aductor en cada momento, creando y favoreciendo una sensibilización absoluta.
Por otro lado, sólo le bastó con tumbarme dos minutos en la camilla en la hora entera de sesión para hacerme ver el patrón de protección que había creado sobre mi pierna derecha. Tumbado boca arriba y “relajado”, me rodó primero el cuádriceps derecho (donde estaba el aductor “lesionado”) de lado a lado, y a continuación el izquierdo. La diferencia era notoria, hasta yo mismo me di cuenta de que la pierna derecha (que además me dolió) estaba mucho más rígida que la izquierda… pero, ¿cómo puede ser? ¡si yo juraría que estaba totalmente relajado! Bien, pues mi cerebro “vió”, sin que yo me diera cuenta, que me iban a hacer de manera pasiva exactamente el mismo movimiento que me provocaba dolor cuando jugaba, y automáticamente endureció la pierna completamente y me provocó dolor a fin de protegerla. Entonces, en una segunda prueba decidí centrarme en mi pierna derecha, relajarla y darle total libertad de movimiento de manera consciente… ¡Voilà! No me dolió ni un solo ápice. Cada vez se me confirmaban más ideas sobre esta concepción del dolor. De hecho, hasta me salió esa risilla de no sabes qué, como si hubieras hecho un truco de magia y hubieras engañado al dolor.
A partir de entonces, entrenando trabajé principalmente tres aspectos;
- Mi foco de atención pasé a ponerlo en el juego y no en mi aductor
- Si me dolía, en absoluto me inquietaba el dolor porque sabía que ahí no había nada
- Retroalimenté a propósito lo bien que estaba y lo nada que me dolía mi aductor jugando al fútbol.
En fin, volví a disfrutar de mi pasión.
Entre otras cosas y para ejemplificar la educación que recibimos (al menos yo en la universidad), María también me hizo hacer una sentadilla. Yo la hice tal y como me enseñaron lo que era una sentadilla bien hecha; ángulos rectos, espalda recta, brazos adelante, talones pegados al suelo… Es entonces cuando te das cuenta de que esa posición es muy poco funcional (a duras penas puedes hacer otra tarea motriz) e imposible de aguantar durante un tiempo prolongado. En cambio, María, en una posición mucho más relajada en la posición de sentadilla, podía realizar cualquier tarea motriz y aguantar mucho tiempo sin ningún problema. Esto me hizo comprender que fijar articulaciones de manera consciente para hacer un movimiento determinado (para cuidar la espalda), es antifuncional y antinatural, y más bien contraproducente. Que le pregunten a Iñaki Perurena a ver cómo levanta las piedras esféricas de cientos de kilos. Para algo tenemos articulaciones en la espalda que además nos dan la oportunidad de enrollarnos y desenrollarnos como los gatos.
En resumen, hay un sinfín de conceptos – ideas – movimientos, que nos han enseñado de manera equívoca y hacen que cada vez estemos más limitados, cuando debiera de ser al revés. Todo pasa por el conocimiento lógico de la biología del organismo y la educación que se imparte a través de esos conocimientos. Entendamos que al cuerpo hay que dejarle en paz, darle movimiento y saber que es un organismo vivo con una evolución de millones de años que ha llegado hasta hoy en día sin nosotros. No somos quienes para decirle al cuerpo cómo se tiene que mover y cómo no. Démosle libertad y que el cuerpo te pida cómo moverte.