Cómo hice para darle la vuelta a la tortilla
Lurdes es una ex-padeciente de migraña, fibromialgia y dolor crónico en un pie. Le conocí en un taller sobre dolor en el que intervinimos mi hija Maite (fisioterapeuta) y yo. Se me acercó al final de la exposición y solicitó una consulta conmigo y mi hija.
Lurdes es la padeciente ideal. Desde el primer momento captó los conceptos y las propuestas para salir del atolladero. Le pedí que escribiera algo para facilitárselo a otros padecientes.
Esto es lo que escribió:
Cómo hice para darle la vuelta a la tortilla
Lurdes Sacristán
En primer lugar, me atrapó el mensaje claro, directo y científico. Me ayudó saber que mi cerebro y yo NO SOMOS LO MISMO, y que él tiene opiniones propias acerca de todo lo que recibe, tanto del interior como del exterior del cuerpo y, de hecho, toma decisiones contínuamente por su cuenta, en un afán de protegernos del “hostil” mundo exterior.
Me ayudó que se reconociera que mi dolor era REAL, FÍSICO y AUTÉNTICO. Me fascinó comprender lo que significa el dolor, su valor para mantener la integridad de nuestro organismo, conocer el sentido del daño, la implicación del cerebro en la producción del dolor y la fundamental importancia de las neuronas.
El mensaje es muy claro: se trata de poner cordura en un cerebro que se ha vuelto paranoico y ve peligros en todas partes, así que él decide mantenernos a salvo encerradas en casa y poniendo límites cada vez más estrechos a nuestra actividad. Si no respetamos esos límites, el castigo es automático; nuestro cerebro se ha convertido en una especie de “madre” sobreprotectora, miedosa y obsesiva, que reparte castigos cada vez más duros y enloquecidos.
Cuando tuve claras las cosas decidí tomar las riendas; lo primero fue aceptar la realidad y reconocer que mi cerebro estaba actuando peligrosamente en su afán protector. Mi cerebro estaba equivocado, y yo también. Ambos compartíamos la creencia, la convicción de que mi organismo era débil, estaba agotado, enfermo, y era ineficaz para el movimiento, por supuesto también creíamos que el dolor, cansancio, migrañas y el resto de síntomas no iban a desaparecer jamás,eso es lo que los expertos nos habían enseñado una y otra vez,
Anteriormente, yo ya había conseguido un punto importante a mi favor, había recuperado mi autoestima adelgazando los 20 kilos que se me habían incorporado casi sin enterarme. Además de sentirme torpe y pesada, mirarse en el espejo era horrible. Un día dije basta, y empecé a responsabilizarme de comer con sensatez, alimentarme de forma equilibrada y sana(no fue difícil) y quemar más calorías haciendo ejercicio. Lo hice de forma lenta, con un plan a medio-largo plazo que sigo llevando adelante para mantenerme en mi peso. En cuatro años adelgacé esos 20 kilos, y gracias al ejercicio continuado, mi cuerpo ha recuperado no sólo su tamaño sino también un estado físico estupendo.
El ejercicio físico resultó ser sorprendentemente eficaz para sentirme bien, así pues, me movilicé y me concentré en mejorar mi estado de forma física. Cada día me iba sorprendiendo a medida que lentamente ganaba flexibilidad, coordinación, agilidad… Poco a poco iba reconciliándome con la imagen del espejo.
Inicié el proceso en grupos especiales de ejercicio para gente con Fibromialgia. Continué en casa incorporando rutinas diarias, y empecé a bailar. El baile me enganchó de tal forma que aproveché el tirón para dar un paso más: buscar unas clases con una buena profesora y gente “normal”. No sabía si sería capaz de aguantar una hora y media y seguir su ritmo. Esto fue importantísimo para mejorar, aunque es verdad que la penalización que imponía mi cerebro ante tamaña “barbaridad” era dejarme fuera de combate durante el resto del fin de semana. Eso no me hizo renunciar, por el contrario vi que podía seguir las clases cada vez mejor, y eso me hizo sentir muy contenta conmigo misma.
Salir de un grupo especial de gente con Fibromialgia y dar el salto a otro con gente “normal” me hizo mucho bien. No estoy en contra de estos grupos, es más, fueron fundamentales para ponerme en marcha, pero si no hubiera dado el salto, me habría estancado, ya que el nivel de exigencia es muy bajo; podría decirse, sin ánimo de ofender, que la mayor parte de las veces es “ejercicio de juguete”.
Si me hubiera conformado con lo poquito que hacía y no hubiera intentado superar mis limitaciones, habría perdido la oportunidad de darle al cuerpo mayores cotas de libertad y de proporcionarme sensaciones agradables. Digamos, pues, que el baile es mi motor, mi gran motivación, y estoy convencida de que cada uno de nosotros tiene dentro “algo” a lo que agarrarse, por lo que tirar adelante.
Es esencial tener una gran motivación personal para salir a flote, descubrir a los 44 años que la danza me encantaba y darme la oportunidad de aprender, asistir a clase y disfrutarla fue de lo más gratificante. Al principio me parecía una locura, yo, hecha un bloque congelado, sin flexibilidad y con los pies doliendo sin piedad, perdía el culo por ir a clase a bailar los sábados.
¿Por qué alguien que tiene los pies declarados zona catastrófica y un cuerpo castigado por la Fibromialgia se lanza a la locura de bailar, en estas condiciones? Porque me encanta. Así de sencillo. Me hace levantarme de la cama con ilusión, disfruto aprendiendo y bailando como nunca hubiera imaginado.
He tenido la suerte de poder preguntarme a mí misma cómo me gustaría que fuera mi vida; gracias a la Fibromialgia yo estaba varada en casa, sin poder trabajar pero con tiempo y espacio para dedicarme a mí misma. Así me convertí en la prioridad Nº1 de mi lista. Decidí recuperar a Lurdes, y darle la oportunidad de ser feliz, con las pequeñas cosas, a disfrutar con mi marido, con mis amigos, con la familia, y por supuesto, conmigo misma, haciendo cosas que me hacen sentir bien, como bailar.
No estaba dispuesta a dejarme arrebatar más cosas por la Fibromialgia y la artrosis. Una cosa tenía clarísima: el dolor estaba siempre presente, tanto si hacía ejercicio y me movía, como si estaba todo el día tirada en la cama o el sofá. Así pues, decidí moverme. Las penalizaciones no me asustaban y, de hecho, prefería ser castigada por haber hecho algo que ser castigada sin motivo.
Cuando comencé la reprogramación neuronal y mi cerebro y yo conseguimos información de calidad y coherente de la mano de Goicoechea, lo primero que sucedió fue que tuve la convicción total de que lo que oía era absolutamente cierto, lógico y científico, y lo mejor era que se podía llevar a cabo y yo quería hacerlo. Tomé la decisión de ir a por ello sin fisuras, y sin dar lugar a la duda . Decidí curarme, ir hacia delante sin mirar atrás .Arturo y Maite no dejaron de animarme y me sentí arropada, escuché atentamente sus mensajes, me abrí a las nuevas realidades.
¿Cómo? En primer lugar, tuve que reconocer toda la basura de información que nos inundaba a mí y a mi cerebro. Esto, por supuesto, significó que me sintiera bastante estúpida, pero también me produjo un inmenso alivio saber que mi cerebro sólo estaba equivocado, que no tenía ninguna avería y la situación era reversible.
Siguiente paso: sacar la basura a la calle. Y en su lugar, colocar todo este nuevo conocimiento. Esto me ayudó a liberarme de gran parte del miedo, eterno compañero, y a ser valiente.
Comprendí que reafirmándome continuamente en mis nuevas convicciones (hablando de ellas, pensando en ellas, leyendo los folios de Arturo, los libros que me ha prestado…), conseguía que se instalaran rápidamente en mi cerebro y así empezaba a funcionar desde ellas y a obtener resultados alentadores, desde los primeros días. Ahora que están completamente establecidas (sigo reafirmándome), tengo una perspectiva diferente de todo: del mundo, de la vida, de mi esquema corporal, de mis capacidades físicas, de los procesos fisiológicos de mi cuerpo, de mi movilidad y de mi identidad.
Arturo y Maite me enseñaron a andar y a moverme sin miedo, a desconectar la alarma del dolor, esto, además de ser un grandísimo alivio, me reafirmó cada día más en mis nuevas convicciones y me abrió un mundo entero de posibilidades. Como consecuencia, aprendo a ver mi cuerpo con otros ojos, veo en el espejo un cuerpo armonioso y perfectamente válido y capaz de moverse con soltura, sin restricciones dolorosas y sin penalizaciones. No sólo eso, también es fuerte y ligero. Instalo en mi interior la imagen del espejo y dejo marchar la vieja imagen de Lurdes enferma, pesada e incapaz.
Me ha ayudado muchísimo la visualización, tanto para cambiar la imagen de mi esquema corporal como para aprender nuevos movimientos; es decir, primero me imagino haciendo un movimiento de manera fluída y armoniosa, y luego simplemente lo convierto en realidad, tal y como me han enseñado.
Mi cerebro y yo hemos hecho un pacto de colaboración, de buena fe. Los dos queremos lo mejor para Lurdes. Me siento optimista porque el futuro ha pasado de ser negro a ser lo que yo quiera. Tengo muchísimas ganas de vivir y disfrutar. Por primera vez, me siento a gusto en mi propia piel. La mujer del espejo me encanta.
Me apena ver a personas que aprecio instaladas en el dolor, siento rabia e impotencia, muchas veces porque me gustaría ayudarlas, y no puedo. Sólo puedo contar mi proceso, transmitir esperanza e ilusión. Pero me doy de narices contra un muro infranqueable la mayor parte del tiempo.
No soy un bicho raro, no me han lavado el cerebro, ni tengo superpoderes, tan solo he salido de la trampa, he visto una puerta y la he cruzado, he saltado al vacío pero con una inmensa red. Este conocimiento ya es suelo firme. No he querido seguir agarrada a una realidad nefasta y falsa, sí, falsa. ¿Por qué defender un sistema de creencias que te hace sufrir y no te da más que infelicidad? Por más médicos que lo proclamen como verdadero, no lo es. Es fundamental la importancia de las creencias personales acerca del mundo, de la salud, del cuerpo, de nosotros mismos. Te proponemos soltar esa realidad en la que vivías hasta ahora, y que te embarques en esta aventura de recuperar tu vida con buena información.
Si te estás ahogando y te lanzan una cuerda, agárrate. Si está atada a una base firme, resistirá y te salvarás. Pero el esfuerzo de salir a flote necesariamente lo tendrás que hacer tú (aunque pueden empujarte otros si les dejas). Sólo necesitas saber que eres capaz de hacerlo, y sin vacilar, iniciar el ascenso. ¿Quieres salir del pantano? Créelo, ¡puedes hacerlo!, asi que, HAZLO.